ÍNDICE

No existe un consenso claro a la hora de nombrar las fases que componen el periodo de iniciación deportiva. De hecho, son numerosos y variados los términos utilizados. Así, hablamos de una fase de iniciación, familiarización o formación; una segunda fase de desarrollo, intermedia o formación; y una tercera fase de perfeccionamiento, entrenamiento o competición. Además, en ocasiones se mezclan las características del juego del niño y las del proceso de enseñanza, que evidentemente, aunque no son lo mismo van de la mano, ya que a medida que el niño avanza en su aprendizaje tanto los contenidos como la metodología de enseñanza deben ir adaptándose a sus características. En líneas generales los diferentes autores coinciden en que la fase de iniciación deportiva se caracteriza por una serie de aspectos:

  • Existe un excesivo énfasis en el desarrollo técnico, siendo la demostración y la repetición los procedimientos más habituales. Es decir, una pedagogía directiva y a menudo coercitiva.
  • Las actividades propuestas tienen poca relación con los intereses del niño, muchos ejercicios analíticos, mucha repetición y poco juego, utilizándose este fundamentalmente al final de la sesión, sin unos objetivos claros y con un fin meramente lúdico.
  • El resultado ejerce una influencia negativa en la enseñanza. La excesiva importancia que se le da elimina potencialidades del niño y limita la evolución y el crecimiento integral del jugador.
  • Los programas de enseñanza toman el juego de los adultos como punto de partida, en lugar de tener en cuenta las limitaciones del niño y su nivel de aprendizaje.
  • Los entrenadores-educadores ocupan un rol central, encargándose de dirigir, controlar y animar al grupo, lo que limita la autonomía y el sentido crítico de los niños. 

Para evitar caer en los errores más habituales de la fase de iniciación deportiva es esencial que el entrenador-educador conozca cuáles son los objetivos generales que se deben intentar alcanzar a lo largo de este periodo. En este sentido cabe destacar aquí las aportaciones de Antón y Dolado (1997), quienes afirman que, independientemente del contexto donde se lleve a cabo la iniciación deportiva, esta debe garantizar el logro de cuatro objetivos:

  1. Que el niño comprenda la lógica interna del juego.
  2. Que el niño adquiera hábitos higiénico-educativos.
  3. Que el niño asimile los contenidos técnico-tácticos específicos de su deporte.
  4. Que el niño satisfaga sus necesidades psicológicas de diversión.

Añadiríamos aquí uno más que nos parece de superior y vital importancia, que es lograr el desarrollo de la adherencia al deporte, a través de la vivencia de experiencias placenteras de alto valor educativo. Además, para que el aprendizaje sea eficaz es necesario que el jugador participe activamente del mismo. Para ello el papel del entrenador debe respetar tres aspectos básicos:

  • Debe elaborar tareas adecuadas al nivel deportivo de los jugadores. Ni demasiado fáciles, ni demasiado difíciles. Es decir, dentro de su zona de desarrollo próximo.
  • Debe favorecer el desarrollo cognitivo-motriz del jugador en las tareas propuestas.
  • Debe fomentar la motivación, ya que aprender requiere un esfuerzo que debe ser recompensado en la medida de lo posible a través de feedbacks positivos, especialmente en los más pequeños.